O JAGUAR GRANDE
O nome do rio Jaguarão e da cidade homônima têm origem numa antiga lenda indígena guarani.
Contavam-na os velhos pajés, quase em sussurros, ao pé das
grandes fogueiras, em noites estreladas de verão, ante o “cri-cri” dos grilos e
o clamor triste das corujas.
Naqueles tempos, os guaranis eram os donos deste chão. Não havia
o homem branco, com seu jeito difícil de lidar com a Mãe Terra.
Yaguaru, ou Yaguaron, era
um bicho horripilante: meio jaguar, meio peixe, do tamanho de um cavalo pequeno;
pelo espesso como o da capivara; boca crivada de dentes como os da traíra e pontudos
e afiados como os espinhos da coronilha.
Tinha olhos flamejantes, que brilhavam na escuridão. Seu
urro parecia sair das profundezas do inferno. Adorava ver correr sangue!
Para tocaiar suas presas - homens, mulheres e até curumins -
usava de um estratagema: com suas garras, grandes como espadas, fazia enormes
buracos entre as barrancas junto às margens do rio.
Quando a vítima, incauta, passava por tal armadilha, seu peso
fazia esta desabar. Era mais um desgraçado!
Matava dois, três, quatro... só por prazer! Comia, de algum
deles, apenas os pulmões.
O bicho era o terror dos índios!
Os guaranis fizeram várias buscas para matá-lo. Procuraram perto
da nascente, no meio das pedras, junto aos camalotes... e nada! Na mata fechada, que existia, àquela época,
perto da foz... nem rastro!
Até na Mirim andaram à procura do bicharoco! Nada encontraram.
O Yaguaru teria sumido?!
Ninguém sabe.
Talvez ele esteja, ainda, nalguma barranca, nas curvas do rio
Jaguarão, junto aos sarandizais, esperando por mais uma vítima...
EL JAGUAR GRANDE
El nombre do rio Yaguarón y de la ciudad homónima tienen origen en una antigua leyenda indígena guaraní.
La contaban los viejos brujos, casi en
susurros, al pie de las grandes hogueras, en noches estrelladas de verano, ante
el “cri-cri” de los grillos y el clamor triste de las lechuzas.
En aquellos tiempos, los guaranís eran los dueños de este suelo. No había el hombre blanco, con su modo difícil de lidiar con la Madre Tierra.
En aquellos tiempos, los guaranís eran los dueños de este suelo. No había el hombre blanco, con su modo difícil de lidiar con la Madre Tierra.
Yaguarú, o Yaguarón, era un bicho
horripilante: medio yaguar, medio pescado, del tamaño de un caballo pequeño; pelo
espeso como el de un capincho; boca llena de dientes como los de la tararira y puntiagudos
e afilados como los espinos de la coronilla.
Tenía ojos flameantes, que brillaban en
la oscuridad. Su grito parecía salir de las profundidades del infierno. ¡Adoraba ver correr sangre!
Para emboscar sus presas - hombres, mujeres
y hasta indiecitos- (curumins)* -
usaba una estrategia: con sus garras, grandes como espadas, hacía enormes agujeros
entre las barrancas junto a las márgenes del río.
Cuando la víctima, incauta, pasaba por
tal armadilla, su peso hacía con que ésta desmoronara. ¡Era un desgraciado más!
Mataba dos, tres, cuatro... ¡sólo por placer!
Comía, de alguno de ellos, apenas los pulmones.
¡El bicho era el terror de los indios!
Los guaraníes hicieron varias búsquedas para
matarlo. Procuraron cerca de la naciente, en el medio
de las piedras, en los camalotes... y nada!
En el monte tupido, que existía, en aquella época, cerca del foz... ¡ni
rastro!
¡Hasta en la Merín anduvieron atrás del bichote!
Nada encontraron.
¡¿El Yaguarú habría desaparecido?!
Nadie sabe.
Tal vez él esté, aun, en alguna barranca, en
las curvas del río Yaguarón, junto a los sarandizales, esperando por una víctima
más...
*Curumins-
palabra de origen guarani que significa niño indígena.
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